Ayer no escribí. Te amé fuerte, lloré contigo y lloré sin ti. Te dije todo lo bonito, me despedí como se despide uno de las personas que ama, te soñé feliz y te pedí que te cuidaras. Creo que así deberían ser todos los adioses. Y nunca para siempre. Los adioses nunca deberían ser para siempre.
Te abracé como me abrazabas tú, te miré con todo el amor que le cabe a mis ojos, vi en tus mechones desordenados el eterno encanto de tu rebeldía y en las comisuras de tus labios encontré una sonrisa que venció todo pronóstico. La rocé con las yemas de los dedos y la deseé invencible. Y encontré la manera de acurrucarme en tu boca un ratito más.
Habría dado cualquier cosa por quedarme ahí. Con la vida en pausa, suspendida en la dicha de que pude hacerte feliz aunque no fue suficiente. Porque el amor no basta, ni la alegría, ni la grandeza. Porque las ganas no pueden con todo. Porque la determinación no siempre alcanza. Porque te amo más de lo que el corazón me permite y aun así me voy. Tampoco yo lo entiendo.
Valeria Farrés