Nunca te pregunté si creías en mí, porque nunca tuve la duda. Me buscaste tanto, siempre, que no tuve tiempo para pensarlo. Tú creías en mí como se cree en que, si uno salta desde el acantilado, habrá daño. Lo hacías con la naturaleza del instinto y la certeza sobre lo evidente. Al principio.
Leía libretas viejas cuando noté que, desde que escribo, escribo desde el hartazgo. Cuando quiero decir algo, pero aún no sé qué decir, provoco mi cansancio quedándome despierta toda la noche. Mis palabras más genuinas están desgastadas, porque las he traducido de mil maneras, pero son sencillas y -en el fondo- solo tres: no puedo más. De amar me he rendido siempre porque me desbordo. Yo no dejo de querer hasta que algo me excede.
Con el pasar del tiempo juntos, se mudó a mis ojos esa creencia tuya que me hacía sentir segura. Entonces entendí que no tenía fundamento alguno, que se parecía demasiado a la fe. Tú creías en mí por amor, no por los hechos. No encontrabas mi pluma conmovedora, ni mis ideas inteligentes, ni mis planes viables. Simplemente me querías tanto, que creías. Tu convicción con sustento duró lo que dura el encanto y luego mutó a devoción absurda.
No pude más porque dejé de respetar tu amor. Porque, en ese momento de mi vida, nada valía sin argumentos sólidos y tú, para quererme, no los tenías. Si hubiera indagado sobre las razones que tenías, tus instintos extraños y tus certezas sin pruebas te habrían obligado a contestar porque sí. Tal vez, conociéndome, hubieras improvisado dos o tres motivos.
Podemos mirar atrás y trazar la historia como quieras. Todas las veces llegaríamos al mismo final, porque yo no quería que creyeras en mí como se cree en el cielo, sino como se cree en la ciencia. Como se cree en que, si uno salta desde el acantilado, habrá daño. Y tú, cuando se acabó el encanto, me idealizaste al punto de empezar a pensar que, si saltaba yo, iba a volar.
Una vez me dijiste que me fui porque me amabas más de lo que yo me amaba. Y no es verdad. Yo me fui porque, para poder amarme, me convertiste en una idea insensata. Porque, cuando dejé de ser la persona a la que amabas, me hiciste la persona que querías tú. Me idealizaste hasta hacerme sentir que, mi carne y mis huesos, no bastaban. Y eso no es amor.
Valeria Farrés