Golondrina

Qué manera tienes tú de sentir la tristeza: la guardas en el cuerpo pero no la escondes, la dejas ser vista pero no la muestras. Qué manera tienes tú de doler y enseñarte fuerte a la vez. De avisarme a mí, aunque siempre quise salvar golondrinas, que tus alas aún vuelan y no soy necesaria. 

Un día te pregunté cómo hacías para sanar tus heridas sin detener el viaje. Respondiste que el viento nada sabe de pausas y mientras nos lleva, nos cura.  Cuando seguiste de largo, rechazando hacer parada en mis hombros, fue más la envidia que el odio. Porque yo ya sabía que no soy quién para salvar a nadie, pero ignoraba cómo salvarme sola. 

Debo admitir que aún busco tu cuerpo. Verlo al menos, para aprender alguna cosa: cómo flotar en el aire, cómo retomar el vuelo, cómo hacer que el viento me arranque el dolor sin dañarme y cómo amar sin ser una golondrina lastimada en los hombros de alguien. 

¿Por qué no te traen de vuelta a mí las corrientes de este valle? Quiero decirte que lo he entendido y ya no deseo sostener tu dolor. Que no me queda en la mirada esa mezcolanza de ternura, lástima y compasión que tenía al verte. Te miro grande. Te miro como se ha de mirar a quien vuela con las alas rotas y se hace fuerte. A pesar de que sigo aquí en el suelo, deseando ordenar al viento que te traiga para poder pedirte perdón. 

Hace ya muchos años que empecé a buscar desde la tierra a quienes cayeran del cielo y parecieran necesitarme. Hace ya muchos años que solo me siento suficiente si soy indispensable. Y nadie me dijo a tiempo que las golondrinas dejan atrás a los caídos, migran constantemente y cuando se van no piensan en casa.

Valeria Farrés

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