Septiembre con la esperanza herida y me escribes. Al llegar, tus palabras aturden y duelen hondo. La idea entera de amor se vuelve frágil en mi cabeza y tras respirar profundo demasiadas veces, tirada y mirando al cielo, digo: “si es verdad que nos amamos, no entendemos por amor lo mismo. Si entendemos por amor lo mismo, no es verdad que nos amamos”. Miro a mi alrededor indignada porque nadie responde, como si susurrar no hubiera sido intencional. Ese día me di todas las respuestas que tú no me diste nunca. El problema fue -claro está- que trajeron con ellas sus dudas.
La univocidad conceptual que nos permite entendernos, parece un mito en el idioma del alma. Nuestras nociones sobre el corazón son dolorosas de asumir en su diferencia. Eso lo supe cuando él dijo que el amor es un lugar en el que se navega con pretensiones de perfección e infinitud, aunque yo pensara que el amor es una isla que se convierte en hogar.
Diciembre con la esperanza remendada y un salto pendiente, desde tu querer de cadenas hasta su querer de promesas. No pude más que guardar en un bolsillo mi amor de límites y empeñarme en sacar a bailar la capacidad de adaptación. Pensé: así hemos sobrevivido siempre.
Después del dolor que me dejó el desentendimiento y la decepción que siempre traen consigo las diferencias irreconciliables, me vi dispuesta a camuflar mi idea de amor con la del invierno. Con un corazón de camaleón que no lo era por voluntad propia, intenté con todas mis fuerzas asumir de lleno la noción amor como lugar en el que se navega con pretensiones de perfección e infinitud. Aposté por su amor idealista.
No debió sorprenderme tanto el fracaso. Fallé en mil seiscientos doce intentos por verlo a los ojos y pensar posible el amor ideal que él predicaba con fervor. Eventualmente, me vi en la necesidad de volver a mi trinchera, de amar según mis nociones, de querer con los límites como se quiere en una isla.
Tenemos un espacio determinado en el que estamos juntos pero solos. Podremos ver siempre el mar infinito, aunque cuando yo lo miro pienso que en la infinitud solo puedo perderme o ahogarme. Luego llega y me invita a sumergir los pies seguidos de las piernas y en algún punto todo. Me dice que puedo alejarme de mis orillas y regresar más tarde. Insiste en que la tierra no se irá a ningún lado.
Hemos conciliado nociones, podemos mezclarnos entre las olas tantas veces como queramos con dirección al horizonte. También podemos volver a mi isla, que posibilita el consuelo y evita el naufragio. Y entonces entiendo, que no entendemos por amor lo mismo y tal vez no lo haremos nunca, pero amamos. Porque no es cierto que tenemos que definir igual lo que sentimos, para sentir algo que vale.
La herida del desentendimiento nunca fue tan terrible como para permitir a mi cuerpo perder toda su sangre. La completa adaptación ya no es necesaria para sobrevivir. Podemos existir con dos ideas distantes, siempre y cuando estén dispuestas a modificar cada una esporádicamente su rumbo y dirigirlo hacia la otra.
Hay encuentro entre los distintos y yo juro siempre volver con él al mar.
Valeria Farrés