Tan triste como tú

Nunca nadie se había confesado tan triste como lo hiciste tú con esos ojos. Por un momento pensé que podía caerme en tus pupilas y no volver nunca más. Creí que iba quedar tan tragada como tú por el vacío, y entonces quise llorar.

Llorar por el recuerdo del día en que te encontré atormentado y quise detener la vida para salvarte. Llorar porque te escapaste del alcance de mi alma y desear que sigas al alcance de la tuya. Llorar por el sonido de tu risa que me vibra en la memoria y por la memoria de una boca que sabía a sal. Llorar porque aún sé que cuando eras feliz escondías la mirada detrás de tus pestañas y las apuntabas hacia el cielo, como queriéndote llenar.

Pero te apagabas pronto, campeón. Y parecía que en vez de alegrías te llovían las historias oscuras que contabas a medias. Pero te apagabas siempre pronto, campeón… y yo nunca he sido luz.

Fuimos síntoma de una soledad desesperada, dispuesta e incapaz de advertir decepción. Fuimos un intento de sanar. Pero también dolor seguro, condena advertida y sucia ilusión.

Soñé mi paz contigo y tu paz conmigo, como las que se ven en los dedos entrelazados de caminantes tranquilos del parque, que tienen certidumbre final.

¿Cómo estar contigo sin que estés? ¿Cómo sobrevivir a tus ojos vacíos? ¿Cómo aún sospechar que eres poesía cuando no te dejas ver?

Qué puedo decirte ahora, loco, si se te fue la frontera de la piel a la voluntad. Si te amé la misma libertad que te ha dejado solo. Qué puedo decirte ahora, loco, cuando solo sé que la salvada fui yo.

Porque cuando de pronto me veías los monstruos, te daban tanta ternura como miedo a mí. Porque me abrazaste hasta que dejé de temerles. Y mientras tanto yo pensaba acurrucada en ti, qué hacer con mi metro sesenta y tres de estatura, para que te sintieras tan seguro como me sentía yo cuando creía que el abismo estaba encima y lo podías sostener.

Tu caos. Siempre. Tú, Caos: tal vez también tenías que ser rescatado pero no por mí.

Búscame cuando te encuentres, que si te encuentro te busco. Y vuelve cuando entiendas que te quiero. Porque te quiero.

Perdí fragmentos, cartas y deslices. Conservo adioses impronunciados y los guardo con cautela. Porque yo no sé si el día que vuelvas a tus ojos, querré despedirme o volverte a besar.

Aunque nunca nadie se había confesado tan triste como tú, quieto entre la gente que no ama y queriendo ser igual.

Valeria Farrés

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