(Esto es una invitación a conocer).
Mi primer acto feminista o, al menos, el primero que recuerdo, fue negarme a hacer un paso de baile en un viaje escolar que consistía en que el hombre agarraba a la mujer por la cabeza y la movía alrededor de su cintura como si estuviera toreando con una manta. Recuerdo con tensión en la mandíbula mi indignación profunda que acabó en rehusarme y gritar “¡A nosotras no nos van a someter! ¡Niñas no se dejen!”. Desde entonces sé que ninguna mujer nace queriendo que alguien tenga poder sobre ella.
Sin embargo, yo no era feminista: no me reconocía como tal. Creía en argumentos con sustento insuficiente como “eso es machismo a la inversa”. Les digo más, y lo hago a pesar de mi vergüenza: incluso cuando entendí que no era cierto, me negué a llevar el nombre, porque la palabra no me parecía la más acertada.
Si bien sigo pensando que reemplazar su uso coloquial por “equidad de género” es una mejor estrategia en tanto que imposibilita que el movimiento sea descartado a raíz de su denominación, hoy entiendo que las implicaciones de una palabra no pesan más que las implicaciones de una violación. Hoy sé que el movimiento es mucho más complejo que su nombre.
A mí el machismo me empezó a impactar a los dieciocho. Antes de ese momento había estado en mi vida de una forma tan sutil que pasaba desapercibido mientras me entraba a los huesos. Y aunque siempre fui partidaria de la libertad y la justicia, tenía una falta de claridad enorme que no me permitía ver, con la urgencia que amerita, nuestra necesidad de feminismo. El gran problema de la violencia de género es que está tan normalizada que no nos enciende todas las alarmas que debería.
He de decir, antes de continuar, que gran parte de mi ego recae en la inteligencia que considero tener. Y, por lo mismo, lo que más me costó en el lento proceso de entenderme como feminista, fue admitir mi error. El asunto es que implicaciones a mi ego tampoco pesan más que las de una violación. Una tiene que aprender a dimensionar las cosas.
De no ser por la carrera que elegí estudiar, por el constante entrenamiento en el arte de aceptar que no siempre tengo la razón y por la incesante insistencia en el pensamiento crítico, seguiría negada a llamarme a mí misma feminista. Probablemente estaría argumentando desde el lenguaje, desde las frases sesgadas que inundan redes sociales y, para no hacerles el cuento largo, desde mi ignorancia.
Informarme me hizo entender que rechazar el feminismo es absurdo si no se le conoce, si no se sabe que hay distintas corrientes, si no se sabe que ha habido olas, si no se sabe que hay espacios donde constantemente se dialoga y se discute para el perfeccionamiento de los movimientos. Informarme me hizo ver que había estado hablando de algo que no conocía y en mi pedantería sólo sumaba a la destrucción de los esfuerzos de millones de personas que abogaban no sólo por ellas, sino también por mí y por todos.
Yo no vengo aquí a decir que el feminismo es inmejorable. Todo lo contrario: creo que nos falta muchísimo camino por recorrer. Y digo más: creo que la autocrítica y la crítica constructiva nos son indispensables. Vengo a decir que incluso cuando hay postulados específicos que considero impertinentes o errados, no me atrevería por mi juicio sobre estas a restar validez a la premisa de la equidad ni a descartar el feminismo en su totalidad. Simplemente porque no le conviene a nadie.
Hace pocos días, desesperada frente a un caso de violencia más, me preguntaba cómo hacer para que nos entendieran aquellos que rechazan el movimiento. Luego me recordé a mí misma: yo no era feminista. Yo puedo entender mirando atrás a los que se encuentran en una situación como aquella en la que me encontraba yo. Encontrar el motivo de mi propio cambio, podría ser una de las respuestas.
Hablo en esta ocasión para quienes reproducen en sus vidas dinámicas machistas sin darse cuenta y sin reconocer en ello un acto violento. Para quienes consideran, como consideraba yo, que decir “el feminismo está mal” es un acto inofensivo. Para los que simplemente no han dedicado tiempo a tomar postura. En menos palabras: para quien quiera escuchar.
Les hablo admitiendo que mi feminismo no es el feminismo perfecto, que yo también sigo cayendo sin notarlo en conductas machistas y que, mi forma de defender estos ideales, es con la disposición de retractarme cada vez que advierto mi error. Quiero responder por mis creencias, incluso cuando la respuesta sea un “me equivoqué”.
A raíz del recuerdo de mi experiencia, me inclino a pensar que la información es un buen comienzo para evaluar nuestra postura respecto al tema. Quienes ya formamos parte del movimiento tenemos la oportunidad de difundirlo con mayor profundidad y apertura. Por otro lado, quienes aún no se consideran parte, tienen la oportunidad de escuchar lo que les queremos decir. Y es que no hay por qué descartar algo cuando se conoce poco de ello.
Conforme me fui acercando al feminismo, descubrí un horizonte nuevo de vida.En mi concepción de futuro se multiplicaron las posibilidades. He de contarles que entre las cosas que más me enorgullecen de mí, se encuentran las costumbres que he cambiado desde que entendí que deseo con todas mis fuerzas la equidad. Yo quiero vivir actuando de forma coherente con esta aspiración.
Si estoy segura es de que el feminismo nos hace más libres, es porque cuando me admití feminista aumentó mi libertad. Y desde entonces mi vida se trata de elegir conociendo mis opciones.
Lo que yo quiero que sepa quien lea esto, es que el feminismo no sólo admite, sino que además invita al discernimiento, a la diferencia, al diálogo y al desacuerdo. También se trata de eso: de escuchar lo que nos dicen sin que implique callar.
Valeria Farrés
Valeria, te felicito por esta reflexión, me emocionó mucho leerte, hay mucho por hacer para evitar el sufrimiento de miles de mujeres, me alegra que te unas a la lucha y contribuyas a hacer más visible el problema. Gracias por tus palabras. Un beso.
Ana
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Hola Ana. Muchas gracias! Qué bueno saber que lo leíste. Un beso para ti también!
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