Del susurro que me hizo una herida

Quise pensar que lastimarme no era fácil. Para creerlo, construí una barrera sobre todos mis centímetros de piel. Pero los intactos no viven, así que un buen día preferí estar herida que muerta y volví desnuda al radar del calor humano.

Recaí en el aislamiento cuando me dijeron “quiero que seas mía” y vi al filo del abismo, lista para saltar, a mi libertad. Y yo no quería, yo no quería, no quería. El mundo me había habitado hasta hacerme sentir cosa, como esas que se poseen. Alguien quería convertirme en suya hasta los entendidos del alma y llamaba a eso amor.

Confundida construí una nueva cueva capaz de dejarme sola y mantenerme mía. Pero el dolor no discrimina y se deja llevar en las manos de cualquiera: incluso en las de uno mismo que, cuando construye refugios, se fragmenta  Porque es inevitable dejar algunas de nuestras partes afuera: la fragilidad que es de todos y distinta en cada cual, no se cura con soledad.

Ayer te busqué como si fueras una mirada reclamada por mi alma; segura de que habría en tus labios una gota de vino a punto de estar seca y aún así capaz de quitarme la sed.  Y es que te sentía como se sienten los sueños que una olvida apenas despertar: percibido solo en tu ausencia pero desesperadamente deseado.

“He bajado la guardia” me dije.

Luego entre los límites difusos de dos siluetas pareciendo una, distinguí tu cuerpo colgado de su mano y la escuché susurrar: soy tuya.

Valeria Farrés

Imagen del ilustrador EMBA. (Instagram: @emba_dibujos)

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