Fotografía: Gustavo Cárdenas
Bailé sin ritmo en la terraza, como desnuda, horas seguidas. Atardeció sobre mi piel el cielo de la ciudad que me habita. Me cobijó la montaña cálida que deja pasar viento en las cantidades justas que requiere mi cuerpo para poder respirar.
Volví a sentirme mía. Tomé las mariposas de barriga que había dejado debajo de la almohada que me enseñó a soñar y las dejé volar. Volé con ellas entre pasos descoordinados y caderas libres hasta que la luna, llena como mi alma, salió de su escondite.
Relevaron los grillos a los pájaros y Caracas cantó toda la noche. Como si no quisiera que me detuviera nunca, como si sólo importaran mis ganas. Yo escuchaba entre ráfagas “¡Baila niña! ¡Baila!”. Ninguna de las dos iba a dormir.
Regresé para encontrarme y me encontré para quererme: quererme despierta, viva, inmortal. Como se quiere quien teme a la muerte porque tiene en la vida algo que amar.
La vida misma tal vez.
Bailé porque mi sentido no estaba perdido: se había negado a abandonar nuestro hogar.
Valeria Farrés