La primera vez me rompieron el corazón de forma escandalosa: lo comenté en los pasillos y lo escribí en mil textos. Fue la lástima de la gente la que me hizo prometerme no permitirlo nunca más. Como si estuviera en mis manos.
Después de algún tiempo vi aquella promesa al borde del quebranto: sentí latidos iguales a los del desamor que me hizo gritar. Y entonces, en un intento por no defraudar, izé el silencio como solución. No se tenía que conocer mi fragilidad mientras las apariencias fueran otras. Y contaba con la ventaja de que, por aquello de la intromisión, casi nadie escarba a otras personas lo suficiente como para llegar a su verdad.
Ahora sé qué es lo que tiene uno que sentir para romperse en suspiros suaves en vez de llanto ruidoso. Para romper un corazón sin hacer ruido, necesitas hacerlo creer que la vulnerabilidad es humillante. Para romper un corazón sin hacer ruido, necesitas que se avergüence de su dolor.
Entendemos el amor como cuantificable: “tú me das, yo te doy”, “esto es 50 y 50”, “yo te quiero más”. Y entonces, al ser los sentimientos un mercado, cada quien merece algo distinto. De modo tal que un corazón roto es indicador de ser barato o imbécil para escoger. Por eso nos consuelan diciendo que “valemos más” y “merecemos a alguien mejor”.
Con esta lógica es fácil lastimar sin que se sepa. Nunca falla dar por explicación un “era demasiado bueno para mí” pues, curiosamente, la humildad -incluso cuando es falsa- nos sube el precio. Hay que decir “no eres tú, soy yo” y cortar la frase antes del “no te quiero”.
Se preguntará usted: ¿y para qué romper un corazón sin hacer ruido? Lo que sucede es que últimamente hay olas de bondad por ahí, y podrían éstas poner el valor de la gente en riesgo si se enteran de la monstruosa capacidad de herir que han puesto en práctica sobre músculos latientes anteriormente. Nadie debe saber que usted puede ser malo. Imagínese qué horror: sospecharían que es humano.
Por eso, mejor, rompa un corazón sin hacer ruido: hará más daño, porque el dolor con la soledad se agrava, pero su reputación estará a salvo. Al final del día, “tenemos que ver primero por nosotros mismos”. El objetivo es volver imperceptible a quien sufre. Y no es tan complicado: a nadie le gusta ver a quien se acurruca en las esquinas. La prioridad es que su cuerpo sea invisible, su voz inaudible y su dolor irrelevante.
Para romper un corazón sin hacer ruido, es necesario que se sienta poca cosa pero no quiera decirlo. Pero tengo una advertencia que debo hacerle antes de que haga uso de esta técnica que aprendí analizando mis motivos para suspirar a solas en vez de llorar con alguien: un día llega una persona y nos regresa la existencia con una mirada. Hay gente que aparece frente a los corazones callados de esquina y los hace gritar.
Valeria Farrés
Imagen: Los amantes. Magritte.
Genia
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