¿A qué costo nos quedamos cuando el adiós ya está advertido? Te busqué en abril cada tarde que me fue posible y con todas las fuerzas disponibles. Entre la gente, los coches y las dudas… te busqué en abril.
El problema no fue fracasar sino lo contrario. El problema fue encontrarte dispuesto en la puerta de salida. Supongo que a ese “justo en la rayita” se le llama victoria.
Mira que sé despedirme y todavía duele. Tengo la técnica bien estudiada y sigo cicatrizando mal. Mira que para abrazos de aeropuerto tengo práctica, y todavía lloro al ver aviones despegar.
Deja que te cuente que también sé de huir. Lo hago justo antes de querer porque después me es imposible. Estoy estando. Para darte lo que me queda de estable, para no sentirme cobarde.
Y cuando tú no estés estando no sé. Tras las despedidas siempre regresa la sensación de insuficiencia. Por eso me preparo para apagar el alma el tiempo necesario.
A veces lo olvido. Que te vas, digo. A veces lo olvido.
Conozco gente que sabe volver, y cuentan al hacerlo que el truco es querer. Si de tu voluntad depende habrá que extinguir la esperanza… porque me duelen las libertades que bailan pisando la mía.
Injusticia es pedir que te quedes, pues lo harías a pesar de ti. Pero querer que quieras quedarte: eso solamente es inevitable.
El músculo del pecho no se va a romper. Se va a romper la calma, si es que queda. Se va a romper la fuerza, si es que la hay.
La muerte no es que nos quiten la vida sino lo que la vida nos quita. Y estoy convencida, escúchame bien: estoy convencida de que morir es vivir.
Valeria Farrés