ADVERTENCIA: ESTA ENTRADA TIENE CONTENIDO SENSIBLE.
Te lamiste los dedos para jugar a apagar la vela apretando la mecha entre las yemas, y no dolió. Luego, cuando agarraste el sartén por la parte metálica sin querer, los remedios caseros te sirvieron para calmar el ardor de la piel.
Controlar la llama la mantiene inofensiva. El peligro puede estar a raya y nosotros a salvo. Lo que estoy tratando de decir es que, mientras no nos amenace la vida, uno puede estar tranquilo cerca del fuego.
Pero imagine usted una celda y cuerpos sudorosos. Gente que duerme amarrada a los postes por falta de espacio. Ahora imagine fuego, humo, y calor en aumento. Un motín en la cárcel dejó al menos sesenta y ocho muertos entre las llamas. Tal vez ni siquiera fue un motín: Venezuela es uno de los muchísimos países donde el asesinato desapercibido es posible y frecuente.
Casi pintan de favor el suceso: había un exceso de 400% en la población de reos. ¿Asesinato o negligencia? Probablemente no lo sabremos.
Y después familiares desesperados pidiendo explicaciones y voceros del gobierno mudo ante las exigencias del pueblo. Y después dolor para no perder la costumbre.
Balas incrustadas en músculos de cadáveres, respuestas ausentes y un estado que se deslinda. Que cada quien vea cómo paga el entierro de su muerto. Que cada quien vea cómo sobrevive el duelo.
¿Ha olido alguna vez carne humana quemada? ¿Cuerpo calcinado? ¿Alma hecha cenizas?
Yo tengo el vago recuerdo de una noticia periodística sobre los cuerpos de dos mujeres que a un lado de la carretera. Murieron entre las llamas por las ganas de algún enfermo mental. Casualmente fue cerca de mi casa y vi la mancha negra de ceniza en el hombrillo de tierra incluso después de que se las llevaran. “Cierren los ojos” nos decía mi papá cuando pasábamos por primera vez. Abrí un espacio entre mis dedos para poder ver.
Vi la foto de los 86 cuerpos calcinados. No sé si reclamar el amarillismo y la alimentación del morbo. Tal vez justo eso fue lo que me hizo suficiente ruido como para venir a repetirlo: los quemaron vivos.
Yo sólo quiero saber cuándo y por qué dejó de importar.
Valeria Farrés