Hoy me topé con una niña de siete años que, cuando escuchó mi acento, me dijo “eres rarita”. Le pregunté si eso era algo bueno o algo malo, a lo que respondió «Pues ninguno. Solamente eres así».
A veces los más chiquitos nos sorprenden y esta tarde fue una de esas veces. Me dijo que prefería las letras que las matemáticas, y quiso contarme un cuento en lugar de estudiar las tablas. Mientras lo hacía me mostró todos los dibujos del libro porque «las personas que no los enseñan son malas».
Luego quiso escribir una historia, así que decidimos repartirnos la tarea: ella dictaba y yo anotaba. “Con letra bonita por favor”. Entonces comenzó a hablar de nosotras y me pidió permiso para cambiarme la edad, porque sonaba mejor decir “una tenía diecisiete y la otra siete” que decir “una tenía veinte y la otra siete”. Cuando le pregunté si le gustaban las rimas, me dijo:
– !Claro! Porque soy priista
-¿Por qué dices que eres priista?
-Pues porque soy poeta pero mujer.
-¿Poetisa?
-¡Ah sí! Eso.
Me recitó cuatro de sus poemas que, según me explica, no necesita anotar porque se los sabe de memoria. De repente escuché entre sus versos un “¿Por qué existes?” y sentí en el pecho un pinchazo tibio. Para mí, que estoy perdidamente enamorada de las preguntas, fue un motivo para sonreír las siguientes tres horas.
Estaba yo sentada en el piso cuando se paró a mis espaldas y empezó a jugar con mechones de mi pelo.
-¿Qué haces?
-Pues te estoy poniendo mi moñito.
-¿Para qué?
-Para que nunca me olvides.
Qué tontos nos volvemos al crecer y creernos la mentira de que no nos importa ninguna forma de reconocimiento. La memoria, por ejemplo, nos importa. Porque cuando alguien nos guarda bonito en sus recuerdos, nos abraza todo el tiempo. Nos quiere.
Tal vez porque sabemos que son más los que nos olvidan que los que nos tienen presentes, decimos estupideces como “no me importa lo que piensen los demás”. Y tal vez porque nos desesperamos por dejar huella en otros, nos empeñamos en herir. A veces es más fácil mantenernos en la memoria de alguien por una cicatriz que por un moñito.
Pero esa chiquita de hoy me dijo sin rodeos que no quiere ser olvido. Que quiere que nos volvamos a ver, y le gustaría poder llevarme en mi cumpleaños un pastel. Lo último que me pidió fue que le dijera a su mamá que escribe poemas porque a ella le da pena. Y yo no hice nada para ganarme esa confianza.
Ahora tengo un moñito que definitivamente voy a guardar y un compromiso que planeo cumplir. Sólo espero poder dar la talla de los pequeños.
Valeria Farrés