Vacíos de ti

¿A qué hora deja de doler tu ausencia? Traigo el recuerdo a cuestas. Ha vuelto la sensación del piso rasgándome las rodillas: memoria de plegarias infructíferas y dignidades cansadas.

Te seguí porque entre sombras parecías un faro y quería bajar el ancla. Tu silencio hizo el ruido de una negación. Pregunté a gritos por qué. Entonces dijiste que me tuviste por arte, y la voz te tembló como la voz no le tiembla a los héroes estables. Que te vas porque la vida es pasajera y nada de ella podría no serlo, que te vas porque tu mirada mañosa está hastiada de los nuestro.

Me diste motivos para perder la fe. Porque las guerras avisadas también matan, y cuando advertiste que amar es perder yo dije “ojalá”. Quise quererte más allá del infinito, sin saber que justo ahí habita el final.

Ahora olvido y tiempo y ganas. Ahora olvido y tiempo y tú. Cuando escucho tus verdades que implican soledad, el corazón me late en los oídos al ritmo de mi parálisis y tus pasos. El sonido de tus pies marchantes es para siempre y nosotros no seremos jamás.

Aún miro atrás por si ahí estás y me miras. Traigo puesta pasión suficiente para incendiar el mar. Deberían prohibir los horizontes vacíos de ti. Mi voz inaudible y tu silueta transparente son ecuación perfecta para un desencuentro perpetuo.

Las palabras que perdí habían dado sentido al dolor y ahora sólo tengo un presente de heridas sin caso. Ya no hay nada que decir, pues nosotros nunca nada. Queda contar las embestidas de tu olvido a mi alma. Fáltame hoy pero no mañana, que tu libertad me apuñala en las madrugadas.

Valeria Farrés

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