El “amor” en mi entorno es un juego con reglas tontas. El hombre tiene que hablar primero y la mujer fingir no querer. Además debemos demostrarles que están compitiendo con otros, pues así aparentamos ser deseadas y por lo tanto suficientes.
No entiendo cuál es el punto en ocultarlo todo con la expectativa de que el otro lo encuentre sin siquiera pedirle que busque. Me resulta absurdo pensar que entre menos interés demostremos más interesantes seremos.
Nos quedamos quietas esperando a que nos quieran mientras nos aguantamos las ganas de querer, porque “la iniciativa es desesperación si viene de una mujer”. Y cambiar eso no parece importarnos.
El otro día en la fila de una cafetería un grupo de niñas delante de mí empezó a explicitar la dinámica:
- Si no te gusta y “es intenso”, le hablas feo.
- Si te gusta y “es intenso”, lo dejas un rato en azul.
- Si te gusta y no te escribe, cuando lo ves te haces la difícil y lo tratas mal.
- Si te gusta y te escribe pero no es intenso, tardas en contestar una hora más de lo que él tarde.
Me fue imposible no escuchar. Hace mucho elegí dejar de seguir ese tipo de consejos, porque no hacen más que perpetuar conductas que nos dañan a todos. Yo hago las cosas así:
- Si no me gusta y “es intenso”, le aclaro que no me gusta.
- Si me gusta y “es intenso”, me emociono.
- Si me gusta y no me escribe, intento ignorar mis prejuicios y escribirle.
- Si me gusta y me escribe, tardo en contestarle el menor tiempo posible.
A veces los hombres no entienden mi manera de hacer las cosas. A veces la que queda como “intensa” soy yo. Pero he sobrevivido sin mayor inconveniente al azul de WhatsApp, y me encuentro siempre en el esfuerzo de entender que no es cuestión de insuficiencia sino de incompatibilidad.
No es que sea socialmente disfuncional o no sepa qué se supone que debo hacer: es que me resulta estúpido. Me parece, por ejemplo, que “hacernos las difíciles” cuando sí queremos algo es contraproducente; porque damos a entender que “no” es “sí, pero ruégame”, cuando “no” debería ser “no”. Yo odiaría gustarle a un hombre porque lo traté mal, así como odiaría que alguien piense que me va a gustar por tratarme mal.
A lo largo de la historia la cosificación y el rol de pasivas nos han dañado. Y ahora, aunque nos decimos a favor de equidad de género, seguimos sin poder escribir un mensaje porque pensamos que nos hace menos.
Estoy a favor de que nos digamos las cosas, porque qué jodido rompernos el corazón jugando a callar la verdad.
Valeria Farrés