Pobre niña bien: de grande quiere ser trofeo. Le dijeron que se case con quien mejor la pueda mantener, que no pague nunca una cuenta, y que sin maquillaje no se ve bien.
Pobre niña bien: barre con la mirada al mesero detrás de sus lentes Chanel, y deja a un hombre porque decide que es mucha mujer para él.
Pobre niña bien: olvidó ser más que cuerpo y modales, evitó escuchar lo que pudiera incomodarle, y eligió hacer lo que hacen las señoritas con clase. No se atrevió a opinar ni a contrariar, no levantó la voz jamás, y tiene una pasión que prefirió olvidar.
Pobre niña bien: asume que su ropa la hace mejor, “necesita” una bolsa fabricada a expensas de la explotación, y cree que yendo a subastas de arte del hambre a los pobres sacó.
Pobre niña bien: nadie le enseñó a pensar, nadie le dijo que es más que un útero, nadie le advirtió que casarse por dinero es prostitución.
Pobre niña bien: no entiende que puede no hacer lo que se espera de ella, no sabe que es más que un par de piernas, no cuestiona nunca lo que la rodea.
Pobre niña bien: no le explicaron que es cuestión de suerte nacer de padres con poder.
Pobre niña bien: vive en una burbuja que caerá. Y entonces sabrá que los niños de la calle no son niños que perdieron en el super a sus padres. Y entonces sabrá que los brazos engordan, la piel se arruga, y la belleza se esfuma.
Pobre niña bien: no porque tiene dinero sino porque jura merecerlo; no porque quiere ser mamá sino porque cree que sólo sirve para eso; no porque tiene una vida cómoda sino porque decide ignorar a quien tiene una incómoda.
Pobre niña bien yo a los quince: cuando creía que salvaba al mundo con limosnas. Pobre niña bien yo a veces: cuando callo, complazco y finjo. Pobre niña bien yo: cuando pienso que hay niñas mal.
Valeria Farrés