Me dio miedo ser mujer ese día: cuando caminé en la calle y me siguieron muy cerca, cuando el profesor me barrió con la mirada lenta, cuando me tocaron en el autobús y quedé fría. Me da miedo ser mujer este día.
Hace poco fui a una secretaría a pedir información para un trámite. Estaba tan lleno de policías que empecé a sentir miedo. Vengo de un país donde los uniformados matan a los ciudadanos, sale en las noticias y no pasa nada. En un día caluroso agarré el suéter que estaba en los asientos de atrás porque “tal vez mi ropa estaba muy pegada”. Y de repente entre mis precauciones me sentí mal por mis prejuicios y decidí “darles chance”.
Estaba llegando al módulo de información cuando un policía me bloqueó el paso. “Tus requisitos” me dijo mirándome al pecho. “Sólo vengo a preguntar” contesté. Se acercaron otros tres a “hablar conmigo” mientras sus ojos me recorrían como si fuera un cheque. Me dio miedo ser mujer porque ellos eran hombres y tenían pistolas. Entonces vi a una uniformada y le pregunté con quién podía hablar. Le dije que estaba asustada, y le pedí ayuda. “Es que tú no deberías estar en este lugar. Eres una niña güera”. Me da miedo ser mujer, porque ella también es mujer.
Llegando a mi casa quise escribir sobre el tema, y al leer mi propia historia creí que era una anécdota tonta. En un mundo en el que nos violan y nos matan por montón, sentía los hechos insuficientes como para quitarle tiempo a un lector. Luego me di cuenta de que eso es parte del problema: que si el maltrato no da muerte no nos importa. Y a veces aunque dé tampoco. Que una “niña güera” quejándose de “algo así” es sólo una niña que no ha vivido lo que es duro de verdad.
Alguna vez rompieron la ventana de mi coche y fui a denunciarlo. Me temblaban las manos cuando me hicieron pasar con dos funcionarios a declarar en “un salón privado”.
Alguna vez en un antro me lanzaron un shot de tequila en el escote y se rieron de mí. Me fui porque vi a su guardaespaldas.
Alguna vez un hombre saltó de un camión de basura y corrió tres cuadras a mis espaldas antes de que lograra llegar a mi casa hecha un mar de lágrimas.
Alguna vez un tipo se masturbó viendo hacia mi mesa en la terraza de un restaurante y le pedí que no lo hiciera. El mesero lo agarró justo antes de que llegara.
Alguna vez me dijeron “agradece que te acepto aunque no eres judía, puta” y lo quise justificar pensando que fue cultural. Acabé por darme cuenta de que no es un asunto de ser o no ser religioso, sino de ser o no ser un imbécil.
Alguna vez le dije a otra mujer que aún no sabía si quería o no tener hijos. A lo que respondió “eres de esas que dice no querer bebés para que pensemos que estás soltera por decisión propia y no porque los hombres no te ven”.
Me da miedo ser mujer y que mis amigas me tilden de perra. Me da miedo ser mujer y que me critiquen si no me caso. Me da miedo “arruinar mi carrera profesional” por un embarazo. Me da miedo ser mujer y acabar violada “por el largo de mi falda”, “por viajar sola en Uber”, “por tomarme la cerveza”.
Me da miedo. No por mis decisiones sino por los juicios. No por mis capacidades sino por las oportunidades. No por los hombres sino por la violencia.
Porque si no dejo que me abran la puerta soy feminazi y si dejo que me la abran machista. Porque si no beso en la primera cita soy mustia y si lo hago fácil. Porque si me callo soy parte del problema y si hablo me estoy exponiendo. Me da miedo tener miedo y no verme fuerte porque, tal vez, decir que soy vulnerable me hace más vulnerable.
No voy a dar gracias porque “no pasó a mayores”: aunque sea “menor” es una mierda. Mi miedo no es motivo de vergüenza ni petición de lástima: es verdad.
Valeria Farrés