Los monstruos bailan

A veces la tragedia se hace poesía, y entonces duele decirla. Hemos pintado el mundo de gris juntando la mierda y las risas. Qué buenos somos, qué malos somos… qué grises somos.

Lo inhumano no es una categoría de la raza humana sino una parte esencial de nosotros. Cuando no nos reconocemos en  otros o no reconocemos a otros en nosotros, hacemos nacer al peor de los odios: ignorar.

Hablar en tercera persona es fácil. Encontrar el error «allá» es fácil. Por eso voy a hablar de mi:

Qué ingenua fui cuando prometí perdonar a Chávez para no ser como él. Ahora que está muerto y sigue matando*, no hago más que pedirle al diablo que lo expulse de un lugar que seguramente es demasiado bueno para él. Mi rezo se convirtió en blasfemia. Tal vez Dios no entendió que una cosa era hacernos libres, y otra cosa era hacernos idiotas.

A veces imagino la infancia que no recuerdo. Lo que me hizo así:

“Mira mamá: un monstruo” le digo señalando en el espejo lo que trajo al mundo. Soy yo con una tiara y un tutú. Las princesas no existen, los héroes no existen: sólo somos mortales.

“Hacemos oídos sordos al grito que no calla” se escucha al final de un documental sobre la Segunda Guerra Mundial. Yo por tercera vez termino de verlo y aún tengo los ojos secos.

“Ya no me duele” le dije a mi amiga de manos temblorosas que veía perpleja los créditos en la pantalla. No es coincidencia que esa mañana vi en pantalla cómo descuartizaban con machetes a un hombre sin sentir náuseas.

Alguna vez me prometí, con las mejillas llenas de agua tibia, que llorar nunca me costaría trabajo. Ya sabía entonces que no hay nada más genuino que el dolor. Descubrí después que hay promesas que se convierten en condenas: por eso la rompí. 

Hoy duele que no me duele como debería por haber visto demasiado. Me habría suicidado de haber sentido el sentir de cada persona que he visto sufrir. Así justifico mi falta de hacer. 

A veces siento que no siento y entonces me consta que sí. Aunque a veces sea poco. Aunque a veces sea mucho. Aunque siempre me doy el dolor en dosis.

Aprendí que la guerra era mi culpa cuando tenía cinco años. Estaba sentada en las gradas de un parque acuático en San Diego cuando empezaron a transmitir en pantalla un homenaje a los veteranos de guerra. Eran hombres que se reencontraban con sus hijos, que andaban en sillas de ruedas o que habían pasado de ser cuerpo a ser tumba.

De repente me encontré en medio de una multitud que aplaudía y lloraba. Me estaba levantando de mi asiento para unirme a ellos cuando mi mamá me sentó de un jalón y me dijo: “No le aplaudimos a la guerra Valeria. Te sientas”. “Mira mamá: un monstruo”. Era yo dispuesta a darle a alguien las gracias por matar. “¿Entonces quién es responsable? Todos”.

He visto la obra de Hitler, la de Fidel y la de Chávez. He mirado la muerte y, aunque ya no me sorprende, aún me duele: el odio me ha hecho pedazos.

He visto hombres hacer suspirar instrumentos, y me he tenido que sentar por no poder sostenerme en mis rodillas: también la belleza me ha hecho pedazos.

“Mira mamá: un monstruo” digo frente al espejo cuando veo que aún no logro perdonar. Que aún odio. Otras veces, cuando le tengo fe a la gente y esperanza al mundo, le llevo lo que escribo. 

La guerra está en pantalla: un soldadito, dos soldaditos, mil soldaditos…. perdí la cuenta. La gente mala es mucha. Un beso de quienes se aman está en pantalla: una persona, dos personas… ¿acaso la gente que ama es poca? La duda duele. Me respondo a mi misma que los soldado besan y los amantes también matan. Qué grises somos.

Lo sublime me hace llorar porque está lejos. Y duele más el amor que no se tiene, que el odio que sí.

Yo nunca he salvado a nadie, pero me han salvado a mi. Mis papás, mis amigos, los desconocidos que pelean en las calles de mi país y sobre todo Domingo: el profesor que se me fue después de darme toda su felicidad y quedarse triste. 

Me salvaron del mundo y de mi. Del monstruo que dejé de buscar bajo la cama cuando lo encontré en el espejo.

«Mira mamá: un monstruo». Los monstruos besan. Y besan bien.

Valeria Farrés

*»Chávez está muerto, pero sigue matando». Tweet de Luis Yslas.

 

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