Marcelo: amor-odio

Hay gente que nos mueve el piso. Otros, nos mueven. Marcelo me mueve. Entró a mi vida sin que lo pidiera, se quedó en mi vida sin que se lo pidiera, y aquí se va a quedar porque se lo pido aunque sé que de todos modos lo haría. Suelo pasar tiempo con gente que no me lleva la contraria, pero sin duda él no es una de esas personas. Hay un mar entre sus ideas y las mías: un mar y mil barcos.

Estábamos en cuarto grado cuando no precisamente por azar nos tocó hacer una exposición juntos. Éramos insoportables: él a gritos y yo callada. Tengo el claro recuerdo de estar con su mamá sentada en un escritorio preparando una presentación de PowerPoint mientras él jugaba alguna cosa en otra computadora. No hizo nada. Luego nos paramos frente al salón, y habló como si “Deportes Extremos” fuera su mayor pasión. En ese momento supe que lo iba a odiar… lo iba a odiar toda la vida.

Pasamos el final de bachillerato metidos en un salón de humanidades que él y yo convertimos en un campo de minas. Un par de metros cuadrados donde las palabras eran actos poderosos que hacían girar al mundo, donde las mismas ideas nos llevaban al cielo y al infierno en cuestión de minutos, donde la puerta no indicaba el final de ninguna discusión sino su paso del pizarrón a la conversación de whatsapp, y donde el único árbitro escuchado era Sergio… la única persona que los dos en igual medida respetábamos y queríamos tanto, que bajábamos los humos para no dejarlo muerto entre nuestras diferencias. Creo que Sergio nos hizo hermanos porque fue el primer barco que nos permitió navegar el mar que separaba nuestras mentes.

Luego agarramos camino y el mar se hizo muy real: distintos continentes para distintas ideas. Seguíamos insoportables: ahora él callado y yo a gritos porque el odio que nació en cuarto grado me enseñó a romper silencios. Lo de “para toda la vida” lo confirmé hace un par de meses, cuando Marcelo escribió en mi muro un sutil “Dicen que el odio y el amor son dos lados de una moneda. Creo que la nuestra cayo en el borde. Feliz cumpleaños”. Todo quedó muy claro: somos tan diferentes y tan iguales que da miedo. Somos el uno para el otro el espejo que se rompe y se abraza. Tenemos un lugar común: se llama humanidad. Y tenemos otro lugar que no es lugar sino camino: se llama libertad.

Hace un par de semanas Marcelo dijo algo que no me saco de la cabeza: “La perfección es la muerte del progreso”. Y entonces la claridad sobre nosotros que me dio su felicitación de cumpleaños, se convirtió en esperanza. Mi vida había sido muy “casi perfecta” hasta hace un año. Marcelo sabe que la vida después de partir se me hizo caos… y la suya siempre lo ha sido. Me dijo “la perfección es la muerte del progreso” para enseñarme a amar el camino. En ese momento entendí que eso es amar la vida. Que en el amor al caos se encuentra la paz… que eso es vivir.

Hoy yo soy un poco más como él y él es un poco más como yo. Me enseñó a amar lo que odio. Yo le enseñé a odiar lo que ama. Y viceversa. Nos regalamos el uno al otro la duda, el acierto y el error. Puede que la moneda más bonita no sea la que se está tambaleando al borde toda la vida. Para algunos es mejor ser y sentir una sola cosa constante y congruente. Pero una de las personas más importantes de mi vida y yo, nos tambaleamos todo el tiempo y para siempre. Así estamos bien.

Es por eso que cuando veo este mundo, elijo entenderlo como una moneda al borde que gira sobre su propio eje. Somos como la humanidad: no vamos a caer nunca del lado del amor, y tampoco del lado del odio. Pero podemos girar.

Tendremos siempre barcos en el mar: somos libres.

Valeria Farrés

12 Comments

  1. Valeria, qué bonito. Me paseo por los recuerdos de ustedes en el salón, entremezclados entre todos esos personajes de promo XIII que tanto adoro y que marcaron una diferencia definitiva en mi vida. Nunca ha cruzado en mi un sentimiento negativo hacia ninguno de ustedes, yo solo recuerdo sus locuras y sus individualidades y eso me hace sentir feliz. Doy gracias a Dios por habérmelos atravesado en el camino con todos sus amores y odios, con todos sus delirios y locuras. Los amo con pasión desmedida y a tí no puedo dejar de leerte. Besitos

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  2. Excelente reflexión. De vez en cuando uno necesita una «cachetada» como esta para volver a darle sentido a la vida. Me encantó, y me recordó a momentos de mi adolescencia en el bachillerato.

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