“Los niños de ahora no son como los de antes” dicen papá y mamá con nostalgia. “No. No somos” respondemos nosotros. Todos nos miramos y sonreímos: hay esperanza, y tiene forma humana.
Papá y mamá nos trajeron al mundo y nos enseñaron a andar en bicicleta. Papá corría detrás agarrando el asiento para que no perdiéramos el equilibrio. Estaba esperando el momento ideal para soltarnos. En ese momento mamá gritaría de emoción. Estarían orgullosos cuando lográramos pedalear cuesta arriba y alcanzáramos la cima de la montaña que ellos construyeron para llegar al cielo. Sólo entonces haría tenido sentido su hacer.
Pero no pasó. La subida era pronunciada y nuestras piernas débiles. No había camino. Empezamos a trazar un sendero, y dimos vueltas tontas. Al llegar a la cima, en lugar de rozar el cielo con la punta de los dedos, vimos hacia abajo y rozamos la tierra con la mirada.
Papá y mamá son niños de antes. Desde la tierra anhelaban el cielo, que desde abajo parecía infinito. Tanto que los ojos no lo abarcaban completo. El cielo es grandeza. Nosotros somos niños de ahora. Desde arriba la tierra parece finita y la vemos completa. La tierra es pequeña. Del cielo a la tierra hay mucho espacio. No es vacío: es aire.
Tomamos la bicicleta de nuevo, y bajamos. Al llegar nos caímos, y nos raspamos las rodillas. Nos toca curar la herida con alcohol. Nuestras manos tienen que vencer a nuestra mente, y poner el algodón en la piel aunque una voz nos susurre “te va a doler”.
Papá y mamá están decepcionados. Nos llevaron al cielo y elegimos volver. Somos ángeles caídos: demonios. Nos llaman generación decadente, y hablan de nosotros en tercera persona. «Ellos». Porque si nos llamaran sociedad decadente, tendrían que decir “nosotros”, y “nosotros” es un espejo que refleja gente herida. Si hablaran en primera persona, sería inevitable preguntarse de dónde viene ese dolor. Mamá y papá están decepcionados de nosotros… y de ellos mismos. Les da miedo querer derrumbar la montaña que hicieron. No quieren odiar su nostalgia… porque es suya. Y son de ella.
Los demonios estamos en un mundo pequeño respecto al cielo, pero enorme respecto a nosotros. Guardamos en una pantalla la vista panorámica que papá y mamá nos regalaron en la cima. Lo vemos todo. La pantalla es un souvenir de aquella excursión al cielo: es la nube.
Nosotros los niños de ahora hemos visto en el espejo, que aún con demonios dentro, podemos hacer arte. Arte que se llama sonrisa y consiste en mostrar nuestros colmillos feroces. También se lleva puesta en los ojos. Hacemos y vemos arte. Arte para esta tierra, que guardamos en la nube.
No sólo cuando sonríen son feroces nuestros colmillos. También lo son cuando muerden. Nuestra alma es feroz. Somos pasionales y peligrosos. Por eso, capaces del arte de sonreír. Y también del de matar. Arte es lo que hacemos y lo que somos. Nuestras manos hacedoras que desafían a nuestra mente para curar la herida aunque duela, a veces lastiman en vez de sanar.
Es verdad que nos estamos matando. Mamá y papá tienen razón: algo de demonios sí tenemos. Pero también es verdad que nos estamos salvando. Los niños de ahora tenemos razón: algo de humanos también. La bicicleta todavía se nos tambalea un poco porque no hemos encontrado el equilibrio. Tal vez aún no es tiempo de soltarnos, papá.
“Los niños de ahora no son como los de antes”. Es verdad. Pero el mundo de ahora tampoco lo es. Las nubes de papá y mamá les hacían cosquillas en las yemas de los dedos y la nuestra es un portal 24/7 al mundo entero. Esta nube hace cosquillas en los dedos… y de repente te los arranca. Los niños de antes no podían ver el mundo entero, pero podían vivir su vida entera. Los niños de ahora podemos ver el mundo entero, y no podemos vivir toda nuestra vida. Y es que nuestra vida conoce el mundo entero, la alegría entera, el dolor entero… y no nos caben tantas heridas en la piel.
Se vive con los ojos abiertos. Y ganas no nos faltan. Pero entiendan, padres, que no es fácil ver tanto y poder tan poco. Aún así, no condenen nuestra nube. Ella se comió al tiempo y ahora marca el tic tac. Puede en un minuto mostrarnos cómo al otro lado del mundo ocurrió una masacre de cinco horas y mil muertos, regalándonos así la oportunidad de actuar.
Andar en bicicleta sobre esta nube no es algo fácil. El camino se mueve, se transforma, se aligera… ser niño de ahora, no es fácil. Estamos aprendiendo sobre la marcha. «Papá ¿podrías sostenernos por la parte de atrás del asiento? Es que la bicicleta todavía se nos va de lado».
Los niños de ahora necesitan a los niños de antes para traer el cielo a esta tierra. Que aunque está llena de demonios, son sólo gente herida que necesita un poco de ayuda para atreverse a poner el algodón en la rodilla y por fin sanar.
Mamá y papá: el cielo y la tierra están lejos. Yo sé que aman su cielo. Su cielo es un sueño hermoso. Un sueño que sólo a través del aire puede llegar a la tierra. Hay que soñarlo juntos, pero con los ojos abiertos. Soñar despiertos, y luego hacer.
Mamá y papá: seamos aire. Seamos aire para no dejar a este mundo sin sueños, y para no abandonar al mundo que sueña. Seamos camino: para que las ideas buenas que llamamos sueños, tengan un par de manos que venzan el miedo y las hagan realidad.
La esperanza es una obra de arte, que tiene la forma de un niño andando en bicicleta por el aire con ayuda de sus padres.
Valeria Farrés
Mi niña, espero que nuestros esfuerzos por ser aire destierren a los demonios, nos devuelvan los sueños y venzamos al miedo. Tengo mucho algodón para curar heridas en las rodillas. Te quiero muchísimo, y por alguna extraña razón, cada vez que te leo te quiero más. Tu madri
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Madrina! Gracias por el apoyo incondicional! Por leerme y sobre todo por estar. Te quiero mucho!
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