Soñé que soñaba. El despertar fue muy duro. Soñé que una vez mas me sentaba en mi ventana y dejaba volar la mente. Eso es para tontos, tontos que pretenden ser felices. Eso es para ilusos, aquellos que creen que eligen creer. Eso es para bestias, seres autodestructivos… humanos. Soñé que mi alma desobedecía y se permitía soñar. Soñé como si fuera libre y amanecí en mi cautiverio. Nunca abandoné el lugar.
Gotas como de mar entibiaron mis mejillas, y por un instante errante quise compadecerme de mi. Los sueños son compasión, entrega ciega a una realidad más bonita pero menos real. Sólo los débiles sueñan y se permiten abandonarse en falsas verdades reconfortantes para evitar que su verdad cierta les duela. Me sequé el rostro húmedo y lastimero, me sentí impotente y entonces decidí dejar de sentir.
Mi voluntad estaba astillada, mi fuerza quebrada. Mi pasión por la libertad me había esclavizado. Y mi cuerpo yacía inerte, casi sin ser. La calma era vacía y aunque un intento de paz muy silenciosa habitaba el recinto, mi espíritu era en sí turbulento. Estaba limitado, encerrado en un cuerpo, atado a decisiones que falsamente eran tomadas por lo que conviniera al falso ambiente de falsa paz. Una gota de falsedad anulaba millones de gotas de verdad. Todo era falso. Falso, falso, falso. Y el eco de la conciencia resonaba en lo profundo de mi intento de ser, mas no de mi cuerpo.
Una vez más, me soñé soñando. Me engañé con verdades inexistentes. ¡Y qué duro es engañarse a uno mismo! Me parecía irónico en su momento lo muy miserables que nos habían hecho al darnos la libertad de mente. Y qué curioso que los miserables no sean nunca libres, precisamente porque quieren serlo. La absurda necesidad de pensar. Sed de esperanza. La esperanza es un sueño. Soñar me lo tengo prohibido porque pienso y por pensar soy egocéntrico y me ilusiono con poseer la razón. Qué ternura. Qué lástima que me sueño y me pienso. Tal vez lo que ocurre es que no creo en mi.
Me había aventurado a la desesperanza y era una aventura triste. El desesperanzado no hace y por ende no logra… fue ahí cuando dejé de ser. Mi historia no me tenía ni como héroe ni como villano. Yo tampoco tenía mi a historia.
Pasa que aunque “la vida es sueño y los sueños sueños son”, mi sueño es mentira y la mentira mentira es. Pero si no existe la verdad, la mentira tampoco. Porque no hay nada que ausentar y dicen que el mal es la ausencia de bien. Todo me suena a lo mismo. Pero si la verdad no existe y la mentira tampoco, ya no sé que son los sueños. Y aunque esté prohibido soñar no sé de qué se trata aquello, y aunque no lo sé sueño. Me pregunto ¿qué me estoy prohibiendo? Y ante la falta de respuesta ejerzo mi limitada falsa o verdadera libertad para elegir morir, porque yazco inerte y no sé ser.
Valeria Farrés